Cortometraje Niebla y rubí: latidos de vida pura

El bosque de Yotoco respira. La neblina espesa se filtra entre los árboles centenarios, las ramas se agitan con el murmullo del viento y los saltos del mono aullador. En medio de ese concierto natural —aves, insectos, gotas golpeando hojas anchas— se mueve con cuidado Alejandro Amariles, un joven naturalista de 23 años que ha hecho de este rincón del Valle del Cauca su hogar espiritual. Con una mochila en donde carga una cámara  fotográfica,  lentes de extensión que él mismo improvisó, busca el reflejo diminuto de una joya viva: la rana rubí.

“Cada latido del bosque es una advertencia y una esperanza”, dice Alejandro, mientras se acomoda sobre la tierra cubierta de hojarasca. “Aquí todo está conectado: el musgo, la neblina, la rana”.

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El cortometraje Niebla y rubí: latidos de vida pura —una coproducción de Eywa Studios y CBonlinecali— nace precisamente de esa respiración compartida entre el humano y el bosque. Es una experiencia inmersiva que invita a sentir la humedad, a escuchar el pulso de la selva y a mirar de cerca la piel brillante de una especie que sobrevive al borde de la extinción. Más que un cortometraje, es una invitación a detenerse y mirar con otros ojos.

Una joya rubí

La Reserva Forestal Bosque de Yotoco se extiende sobre una extensión de 559 hectáreas de lo que alguna vez fue un corredor continuo de selva andina. Hoy, rodeada por carreteras y poblaciones humanas, funciona como una isla biológica: un refugio de especies endémicas que habitan a pesar de la expansión urbana.

Aquí conviven aves, orquídeas, insectos y anfibios únicos en el planeta. Entre ellos, la protagonista del cortometraje: la rana rubí, Andinobates bombetes, (familia Dendrobatidae), un pequeño anfibio de color intenso, endémico de los departamentos del Quindío, Risaralda y Valle del Cauca.

Su historia es tan delicada como su piel. Los machos de esta especie practican un ritual casi poético de cuidado parental: cargan los renacuajos en sus lomos durante dos semanas, escalando troncos cubiertos de musgo hasta depositarlos en el agua contenida por las bromelias. Es un acto silencioso de perseverancia que pocas veces ha sido registrado en su hábitat natural.

Reconexión con la naturaleza

“Muchos creen que hay que viajar lejos para encontrar naturaleza”, reflexiona. “Pero en este fragmento de bosque, el mundo entero late. Es un laboratorio de vida, y también un espejo de nuestra responsabilidad”, comparte Alejandro Amariles.

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El cortometraje captura no solo la fragilidad de una especie, sino también la posibilidad de reconexión con la naturaleza. En el cortometraje Niebla y rubí: latidos de vida pura es entrar en ese espacio transitorio entre ciencia y emoción. En cada imagen, palpita la urgencia de proteger Yotoco: una reserva que es, al mismo tiempo, relicto, refugio y promesa. Mientras haya quienes escuchen los latidos del bosque, como Alejandro Amariles, aún habrá esperanza de que la niebla no se disuelva del todo.