A veces, todo lo que necesita una persona para cambiar su vida es que alguien la escuche. Que alguien vea su esfuerzo diario, su lucha silenciosa, y le tienda una mano, no desde la lástima, sino desde la oportunidad. Esta es la historia del programa Yarú.
Una caleña, Leandra Vanesa Viáfara, descubrió una forma para transformar el negocio familiar de reciclaje de vidrio en un proyecto ambiental sostenible y rentable. ¿Cómo lo hizo? Conoció el programa Yarú, de la Fundación WWB Colombia, una iniciativa que no promete milagros, pero sí herramientas reales para que las mujeres, en especial aquellas en contextos vulnerables, puedan caminar con paso firme hacia su autonomía económica.
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Yarú hace parte de los 197 programas sociales evaluados en un estudio regional sin precedentes: ‘El Impacto en Latinoamérica: En sus propias palabras‘, realizado por la firma global 60 Decibels. En donde más de 30.000 voces de 18 países contaron sus historias. Y el mensaje fue claro: los programas sociales sí cambian vidas.
Historias que merecen ser contadas
En una región donde el 26% de la población sobrevive con menos de 6,85 dólares al día, medir el impacto no es opcional, es urgente. Según el estudio, dos de cada tres personas que participaron en programas de impacto social vieron mejoras en su bienestar financiero y emocional.
Los números emocionan:
- 53% logró ahorrar con mayor regularidad.
- 58% se siente más preparado ante imprevistos económicos.
- 37% redujo su estrés financiero.
- En casa, el cambio también se nota: 44% aumentó el gasto en educación, 41% en alimentación de mejor calidad y 48% en vivienda.
Detrás de cada cifra hay una historia. Mujeres, hombres, jóvenes y adultos mayores que, por primera vez, tuvieron acceso a herramientas que antes parecían inalcanzables. El 57% nunca había participado en una iniciativa similar. La mitad no tenía alternativas viables.
Yarú: un caso para inspirar
En este universo de historias, el programa Yarú brilló con luz propia. Alcanzó un Net Promoter Score (NPS) de 90, cuando el promedio regional fue de 61. Traducido a lo coloquial, esto significa satisfacción, confianza y gratitud.
El 92% de las participantes mejoró su calidad de vida. El 84% aumentó sus ingresos. Pero más allá de los datos, lo que se transforma es la mirada con la que muchas mujeres vuelven a verse a sí mismas.
“El programa me enseñó a manejar mi negocio, pero también a creer en mí. Vencí miedos que arrastraba desde hace años”, cuenta Leandra, con la serenidad de quien sabe que el esfuerzo valió la pena.
Desde 2016, el Programa Yarú trabaja en las dimensiones: digital, emprendimiento, finanzas y liderazgo. Pero su apuesta va más allá de lo técnico: busca que cada mujer reconozca su valor y pueda tomar decisiones con libertad.
Las mujeres, en el corazón del cambio
En un mundo donde 340 millones de mujeres y niñas vivirán en pobreza extrema para 2030, según ONU Mujeres, los programas con enfoque de género no solo son necesarios: son urgentes y vitales.
En América Latina, por cada 100 hombres pobres, hay 124 mujeres en la misma condición. En Colombia, los hogares liderados por mujeres enfrentan hasta 80% más pobreza extrema que los encabezados por hombres.
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Y no es coincidencia que sean ellas quienes reportan mayor impacto positivo: más confianza, más ingresos, mejor gestión financiera y mayor satisfacción con las iniciativas recibidas. De hecho, el 42% de las mujeres entrevistadas dijo que tendría dificultades para cubrir una emergencia económica, frente al 34% de los hombres. Por eso, cuando un programa social funciona para una mujer, transforma una familia entera.
Un llamado a actuar con impacto
“Desarrollar capacidades no es solo dar herramientas, es acompañar procesos. Es enseñar a revisar las finanzas, usar el marketing digital, integrar nuevas tecnologías. Pero también es generar conexiones entre grandes empresas y pequeños emprendimientos”, explica Johana Urrutia, directora de Programas de la Fundación WWB Colombia.
Los programas sociales son vistos como son puentes. Y Latinoamérica necesita más de ellos. Más programas que escuchen, que midan, que ajusten y que escalen.
Porque cuando una mujer como Leandra transforma su realidad, no solo cambia su negocio. Cambia su barrio, su ciudad, y en pequeña escala, comienza a cambiar el continente.
